Schelling y el conformismo de la filosofía de la praxis
- Rogelio Mascorro
- 22 feb 2018
- 3 Min. de lectura

Qué es la filosofía sino un transitar constante entre distintas posturas, escuelas y visiones sobre aquello que interpela a todo sujeto histórico: la realidad. Si bien la realidad en sí misma es un concepto debatible e inacabable, la reflexión sobre la misma ha llevado a grandes debates filosóficos que a la fecha terminan inconclusos. Schelling será el punto de partida de este breve ensayo, resaltando sus aportaciones que dan lugar a una transición filosófica para un posterior debate sobre el papel histórico de la filosofía en la praxis.
La bipartición de la filosofía, producto de una serie de sospechas o cuestionamientos que permiten plantearse el papel histórico que la filosofía clásica y moderna ha desempeñado, da cuenta de una filosofía negativa que explica el ser a través del no ser, explica la realidad a través de lo no real, y ello demuestra una profunda debilidad del filósofo puramente racional que pretende sistematizarlo todo, representarlo todo, matando, a su paso, el espíritu humano.
De esta fisura nace en Schelling un giro filosófico, un salto angustiante de la realität a la wirklichkeit, en donde no se piense la idea de realidad, sino la realidad misma. Esto abre la filosofía a un análisis dinamizante de conceptos como la contingencia y el acontecimiento, conceptos cuya significación y contextualización en una realidad política dan mucho de qué hablar. Así, se reconoce la posibilidad y no necesidad de la historia, potencializando la creatividad y voluntad humana y su capacidad emancipadora ante lo dado.
Sobre esta base se construye lo que hoy conocemos como “filosofía de la praxis”, la cual, parafraseando a Marx, no busca sólo entender la realidad, sino transformarla, lo que implica reconocernos como sujetos históricos atravesados de pasiones, e inmersos en una co-relación de fuerzas que nos posibilitan para hacer historia, y, por ende, el papel histórico de la filosofía posterior a Schelling ya no es sólo pensar y repensar la historia sino hacerla; y creo que ahí radica el problema de la filosofía contemporánea.
Pensar es un ejercicio de praxis, pero esta queda incompleta si no la acompañamos de un hacer histórico en la cotidianeidad. De pronto pareciera que la filosofía no va más allá de pensar la realidad. Pareciera que encontró confort en la contemplación y reflexión del acontecimiento que irrumpe en la historia, sin involucrarse en él, o sin luchar por las condiciones de posibilidad para que algo acontezca. Efectivamente la filosofía contemporánea se ha ensuciado las manos y ha bajado a pensar la realidad misma y no la idea de ella, pero hace falta una kénosis más radical en donde se baje del pensar al hacer, falta ese salto angustiante de la razón a la acción, sin que ello signifique caer en un empirismo irracional.
No pretendo demeritar el razonamiento filosófico, lo que busco es incitar a que se busque hacer de la filosofía un instrumento de transformación a través de la praxis. Si el agricultor piensa su cosecha, pero nunca cosecha, se muere de hambre, y lo mismo sucede si esto se plantea de modo inverso. Por tanto, si la filosofía no se politiza, regresaría a la filosofía de las cavernas y estaría destinada a su muerte.
Pensemos en una filosofía que cuestione y que se comprometa con aquello que cuestione, pensemos una filosofía comprensiva y transformadora de lo contingente. Esa filosofía que al subcomandante Marcos llevó a Chiapas a pensar en nuevos mundos, esa filosofía contemplativa en la acción, que sale de su confort y encuentra su integridad en la inseguridad del pensar y hacer constante, inmersa en una realidad que no se puede comprender ni transformar si, a la par, no se experimenta.
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