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Lo que pienso de los jóvenes del año 68 y lo que pienso de los jóvenes de hoy en día a propósito de

  • Pedro Trigo
  • 15 oct 2018
  • 7 Min. de lectura

Nací en el 42, así que en el 68 tenía 26 años: era un joven pasando a la adultez y regresaba a la universidad, después de haber trabajado dando clases en Maracaibo en un colegio de jesuitas, donde me encargué también del Centro de Estudios y Acción social. Iba a estudiar teología y fui con un grupo de compañeros a Madrid, a vivir en un colegio mayor para latinoamericanos, que así se llamaban las residencias universitarias, digamos oficiales, situadas en el mimo campus de la universidad complutense. No queríamos salir de América Latina, pero las dos opciones que había todavía no habían aceptado el concilio Vaticano II y nos parecía que no tenía sentido ir para pasarnos discutiendo todo el rato con los profesores. Por eso logramos, tras una discusión de cuatro horas y media con el encargado del Padre General, no vivir en comunidades de jesuitas sino entre latinoamericanos, la mayoría de los cuales estaban haciendo postgrados. Realmente que estudiamos desde un ambiente latinoamericano con la cordialidad que nos caracteriza, pero con una lucha ideológica muy fuerte.


¿Cómo caracterizaría a esa parte de la juventud a la que pertenecía? Había dos impulsos que nos movían con gran fuerza: uno, asimilar los adelantos técnicos y más todavía el horizonte de la modernidad, con la emancipación personal y la consiguiente responsabilidad que entrañaba y asumiendo el ámbito mundial como el ámbito en el que nos movíamos y al que pertenecíamos, aunque desde nuestra conciencia latinoamericana, en mi caso desde Venezuela. El segundo impulso era la negación de la dirección dominante que había tomado ese proceso de prevalencia del capital sobre el trabajo, de subordinación de todos a la clase capitalista y de encandilamiento por las mercancías, la mayoría de las cuales no eran bienes civilizatorios sino baratijas que nos achicaban y vaciaban. Esta negación suponía dos direcciones vitales: una, no consumir sino lo realmente valioso, y la otra, luchar con todo empeño por transformar esta situación, haciendo valer la condición de mayoría de los de abajo y para eso entablando un proceso de concientización y organización de las mayorías populares y de los profesionales solidarios.


Como muchos otros cristianos estaba persuadido de que el cristianismo era una fuerza liberadora, que nuestro Dios era el Dios Liberador y que, como rezaba el título de la cristología de Jon Sobrino, Jesucristo era también Liberador. Naturalmente que ni Dios ni Jesús empleaban la fuerza contra sus enemigos, pero sí iluminaban y fortalecían a los que aceptaban su relación y su conducción para que pudieran prevalecer democráticamente e instauraran el bien común.


La lucha ideológica en el colegio mayor en el que vivía era tan fuerte que un mexicano y un argentino, ambos de extrema derecha, me acusaron y con el policía que había en la residencia me hicieron un expediente que la policía española me hizo saber que habían enviado a la CIA y a las policías de todos los países latinoamericanos.


Creo que fuimos consecuentes y que lo que vivíamos lo hacíamos de todo corazón y sin que nos quedara nada por dentro. Pero como crítica tendría que decir que lo ideológico llevaba la voz cantante. Se podría argüir que estábamos estudiando y que el estudio y la discusión, como tenía un fin trascendente, consumía muchas horas. Pero es cierto que nos faltaba un cable a tierra.


Yo concretamente lo puse en 1973 en mi estadía en Lima invitado por Gustavo Gutiérrez. El cable consistió en ir todas las semanas a un barrio en formación en el que no había luz ni agua ni carretera y en ir todos los meses a un pueblo de la sierra. En el barrio acompañé a una comunidad religiosa y desde ella a un grupo de jóvenes, cuyos dirigentes, a mitad de mi estadía, se hicieron maoístas, lo que sería Sendero Luminoso, y pugnaban porque los jóvenes se pasaran a ellos. En el pueblo de la sierra se estaba formando una comunidad de base muy consecuente y entrañada en su vida y cultura y además la región, como todo el país, estaba en pleno proceso de reforma agraria. Fue totalmente distinto estudiar desde ese cable a tierra que hacerlo desde las meras discusiones entre nosotros. Este cablea tierra lo incorporé a mi vida como solidaridad que llegó a ser fuente de identidad y lugar epistemológico desde donde estudiaba y le echaba cabeza a lo que sucedía y a la situación.


Tengo que decir, sin embargo, que buena parte de mi generación no lo tuvo. El resultado fue que, al implicarse en el orden establecido a través del empleo y la familia, fue abandonando esas ideas y sobre todo esa dirección vital, valorándolo como sarampión juvenil, una etapa felizmente superada.


Otros, sin ese cable a tierra, siguieron con sus ideas y las canalizaron a través del partido, que sólo conocía relaciones unidireccionales y verticales con el pueblo: bajar la línea. Aunque se siguiera proclamando entusiásticamente que “sólo el pueblo salva al pueblo”, frase muy ardorosa, pero sin contenido analítico por parte de los que la coreaban y, sin embargo, tutoreaban al pueblo.

Todavía quisiera decir una cosa que ayuda a comprender lo que vendrá. Para mí lo más duro vino a mediados de los 80 cuando vi que estaba cambiando el horizonte societario. Hasta entonces el cristianismo, aunque para muchos no era valor de uso, sí seguía siendo valor de cambio. Un rico tenía que hacer ver que su riqueza era legítima porque, si la opinión la tenía como mal habida, él era mal visto. A partir de entonces si alguien era rico establemente, era un tipo que sabía lo que era la vida. Y si derrochaba y no disminuía la riqueza, su fama era todavía mayor. Se había esfumado la idea de justicia. Más todavía había cambiado radicalmente la concepción humana: sólo existían individuos que competían en un espacio reducido y con recursos limitados. Todo se reducía a una guerra de todos contra todos para que prevalecieran los ganadores. No existían relaciones constituyentes ni comunidades ni sociedad. Sólo individuos. No existía el ser humano cualitativo y el que se deshumanizaba: cada quien hacía lo que quería y podía, que no era ni bueno ni malo sino lo de él.


Este horizonte establecido no hace justicia a la realidad; pero está sólidamente establecido. Por eso los que hemos querido seguir en el proyecto de personalización solidaria, hemos tenido que actuar constante, denodada y creativamente esta dirección vital para no ser arrastrados por la corriente impuesta.


¿Cuál es la diferencia entre esta época y la del 68? La diferencia mayor entre entonces y hoy no está en los desafíos sino en el modo cómo se vivieron en su tiempo y como son vividos hoy. Entonces bastante gente tenía esperanza en un cambio hacia una mayor justicia y solidaridad. Como dijo Medellín, vivíamos “en el umbral de una nueva época histórica de nuestro continente, llena de un anhelo de emancipación total, de liberación de toda servidumbre, de maduración personal y de integración colectiva” (Intr. N°4). Sentíamos vivamente ese anhelo y discerníamos que en él alentaba el soplo del Espíritu y nos aplicamos con toda diligencia y creatividad a servirlo.


Fue tanto lo que se caminó en esa dirección que, con la alerta que dieron prominentes latinoamericanos, sobre todo colombianos, al gobierno de USA, éste envió a Rochefeller que redactó un informe con recomendaciones y posteriormente se tuvo otro cónclave y el resultado fue promover y apoyar los regímenes de Seguridad Nacional y el vaciamiento de las democracias y la caída de regímenes progresistas y la estigmatización del comunismo y el tachar de comunista a todo el que buscara una profundización de la democracia que entrañara un cambio en las relaciones de poder.

Hoy los que dominan han logrado no sólo vencer toda resistencia política y social, sino convencer de que no hay un horizonte alternativo, de que, en verdad, estamos, como sostienen sus intelectuales, en el fin de la historia: que ya no hay pasado ni futuro sino este presente de mercado liberal que se agiganta hasta coparlo todo. Por eso sólo tiene sentido aprovecharlo al máximo, dejándose seducir por sus ofertas, y, en todo caso, buscar alguna compensación, si quedan insatisfechas aspiraciones profundas.

Hoy a un adolescente se le dice, mejor, se le mete por todos los poros compulsiva y seductoramente, hasta cómo tiene que peinarse y por supuesto cómo vestir y qué cantar y cómo bailar y qué mirar en las redes sociales y en qué enredarse, si quieren estar en la onda, que es el único modo de sentirse vivo.


Al joven se le hace saber que para tener cómo dedicarse a eso, que es lo único que vale, tiene que estudiar y ejercer las profesiones que dan y consiguientemente someterse a los dictados de los empleadores. Esto deja pocas energías libres porque cada vez hay menos empleos “decentes” y más aspirantes a ocuparlos. Y por eso uno insensiblemente acaba eligiéndose como lo han elegido los empleadores. No se lo dice a sí mismo, pero cada vez más es uno del staff, lo que incluye también un modo prestigioso de emplear el tiempo libre.


Ya uno ha dejado de ser el mismo o no lo han dejado constituirse en ese individuo que es en el fondo, con su cuota de soledad y silencio para llegar a ese santuario sagrado y habitarlo y construir desde él su yo genuino. Se le impide constituirse en sujeto responsable ante él y ante los demás, en el verdadero autor de sus actos. Se le impide, sobre todo, constituirse en persona a través de relaciones de entrega libre, horizontal y simbiótica.


Naturalmente que esto no copa la existencia de muchos jóvenes, que siguen teniendo la experiencia de haber sido amados por sus padres y por otros, no como una pertenencia suya sino para que den de sí y dando se habiten y se plenifiquen. Muchos han tenido la experiencia de grupos de amigos y comunidades de vida, ante todo la familia, en las que han sido queridos por sí mismos y han querido gratuitamente y han sentido la alegría de hacerlo. Muchos sienten que no quieren perder esas vivencias. Pero no hallan cómo componerlas con las que se puede decir que les imponen por la seducción y la presión. Sienten que no pueden estar fuera de base y a la vez que no quieren dejar de lado, porque saben que en el fondo es negar, unas experiencias que decantan un modo de ser que les parece muy valioso.


Creo que todo se juega en el fortalecimiento de esas tres dimensiones de individuos, sujetos y personas, que el orden establecido quiere definir espuriamente con sus constantes ofertas.


Sí hay jóvenes que logran echar un cable a tierra y desde esas experiencias relativizan y se sienten libres de las ofertas tentadoras del circuito producción-consumo. A veces son trabajos de voluntariado cuando llegan a relaciones horizontales y mutuas y una cierta duración y logran implicar profundamente al joven hasta decidirle a enrumbar su vida. A veces son grupos juveniles realmente personalizados a través de los que van procesando todo. Más de Pedro Trigo:

Nota respecto a la procedencia del texto: En esta sección del seminario se publicarán artículos especiales y que no son propiamente de nuestra autoría como seminario, sino de algún personaje que consideramos importante y relevante para ser escuchado, discutido y difundido. Queremos aclarar que, para este tipo de textos, no pretendemos hacernos dueños de los mismos, sino simplemente colaborar con la difusión del conocimiento y sabiduría que éstos contienen.


 
 
 

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