El coronavirus más allá del virus
- Luis Manuel Segura Román
- 26 mar 2020
- 5 Min. de lectura

Un virus recorre el mundo: el virus del pánico. Todas las fuerzas del globo se han unido en santa cruzada para formar ese fantasma: la OMS y los Estados, Pedro Sánchez e Iván Duque, los radicales italianos y los polizontes salvadoreños.
El problema del COVID-19 como virus ha esparcido simultáneamente el problema del COVID-19 como discurso; y el discurso que se maneja a nivel mundial no es simplemente un discurso médico, sino sobre todo un discurso político, que nos advierte, como entre letras que la enfermedad es el otro. La cura, por lo tanto, es muy clara: el desvínculo.
El aislamiento y el encierro inmunitarios se presentan como los remedios securitarios de la pandemia. Se aísla a los enfermos reales, y a los virtuales, según prácticas medicalizadas que nunca son neutrales. Se aparta a los infectados, y a los sospechosos, al margen de la sociedad, no pudiendo ya soportar verlos circular y mezclarse en la cotidianidad. Cualquier estornudo te delata, te acosa y te acusa de ser un peligro a la seguridad y la salud pública.
El problema del contagio se acopla de maravilla con las intenciones políticas de la fragmentación. Encerrados, cada quien en su locura sin cura, nos aislamos del otro. ¿Cómo establecer relaciones con lo que está fuera de toda relación? ¿Qué pasa con la gente aislada a través de las paredes, los reglamentos, los hábitos, las restricciones, las coerciones, las vigilancias excesivas y los encierros obligatorios?
Todas estas preguntas vale la pena arrojarlas. Pero también habría que cuestionar: ¿qué pasa con la gente que no tiene ni siquiera en dónde encuartelarse y está todo el tiempo expuesta (lo mismo al virus que a la violencia de las calles)? ¿De ellos puede decirse si están fuera o dentro de las normas de salud pública? ¿No quedan acaso, en sí y para sí, exhibidos y en peligro? ¿No deberían tener un lugar en el cual poder resguardarse? ¿No deberían tenerlo aunque no hubiera coronavirus?
Nuestro mundo es patológico desde mucho antes del coronavirus, y uno de sus síntomas evidentes es que el otro pareciera ser de por sí un peligro, aunque no esté enfermo. Desde antes de esta pandemia hemos vivido enajenados, y la enajenación no se cura en cuarentena. Pero el problema ahora es, principalmente, que el discurso médico y la medicalización de los discursos propician que nos separemos aún más, so pretexto de que se debe a un asunto de higiene pública. No sería raro que entraran en rigor, una vez más, los famosos procedimientos, mecanismos y dispositivos de la “limpieza social”.
La administración pública se encomienda a los dioses virales por haber hallado técnicas cuya implementación va logrando conducir y concluir la conducta de los otros: no salgan de casa, no se relacionen, no se organicen, no se digan nada, eviten que los callados se hagan preguntones y los opinados se vuelvan opinadores, y dejen que los poderes mediáticos produzcan el saber de la verdad y la verdad del saber.
El ordenamiento de los comportamientos rebasa el mero ámbito de la salud pública: se trata de ejercicios de poder que parasitan los discursos y las prácticas, y que persiguen despóticamente los cuerpos, las disposiciones y hasta los temores. El virus se ha convertido incluso en un espectáculo viral, en todo sentido; con muchos protagonistas, pero muchos más espectadores. No a todos ha infectado el COVID-19, pero el miedo y el pánico parece que sí, y se propagan exponencialmente con mucha mayor rapidez.
El estado de miedo se ha extendido y se ha traducido en una necesidad de estados de pánico colectivo, a los cuales la pandemia ofrece el pretexto ideal. De este modo, la parálisis social impuesta por los gobiernos es aceptada en nombre de un ideal de seguridad y salud pública. Thomas Hobbes estaría orgulloso de nosotros, y también lo estaría Carl Schmitt, pues le estamos abriendo las puertas a una de las medidas con las que sueñan tantos gobiernos latinoamericanos: el estado de excepción, que se trata menos de estar fuera del “estado de derecho” que de ser sacados de él. No consiste en la mera suspensión de la norma, sino de las condiciones “normales” que la hacen posible. No existe un solo derecho que sea aplicable a un caos.
Es para señalar, aunque sea de pasada, que el estado de excepción es la regla de nosotros los latinoamericanos; pero, sobre todo, es la regla de ellas. A muchos mata el virus, pero a muchas más el machismo. Son mayores las víctimas del feminicidio que los fallecidos con coronavirus. El virus ha infectado, en México, por ejemplo, a poco más de ochenta personas. Ninguna ha muerto. Y en este mismo país, en cambio, tan sólo en el primer mes del 2020 setenta y tres mujeres fueron asesinadas por el trágico motivo de serlo. 1 Pero esto parece no asustarnos demasiado (¿qué pasaría, por cierto, si nos provocara tanto pavor el machismo como lo hace el coronavirus?).
No pretendo suavizar la gravedad de la pandemia. Hay casos mortales de coronavirus. Pero las muertes no son del todo aleatorias. La mortalidad, como ha advertido Foucault, es dirigible y localizable. En Italia, por ejemplo, se está decidiendo arbitrariamente acerca de quién vive y quién muere.2 Se está dejando morir a las personas mayores de ochenta años. Si se contagian del virus, no los atienden, pues los consideran personas sacrificables, descartables. Los ancianos italianos son una de las tantas personificaciones del célebre Homo sacer que señala su compatriota Giorgio Agamben. La eutanasia y la eugenesia se están pronunciando en italiano.
Si hubiera sistemas de salud adecuados y suficientes, se podría atender a la población enferma; pero no los hay. Ahora bien, el colapso sanitario no es hecho natural: es la resultante de un constante deterioro de los sistemas de salud, en Italia y en todo el mundo. Los mismos Estados que siempre corren a salvar a los grandes bancos cuando éstos pierden ganancias, dicen quedarse sin recursos para atender la salud de millones de personas. Es como cuando el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional nos niegan fondos para buscar agua a cien metros, pero nos ofrecen excavar pozos de tres mil metros para buscar petróleo. En este mundo enfermo, de algo mucho peor que el coronavirus, los numeritos corren mejor suerte que las personas. El dinero decide y condena, mientras que las personas son condenadas a ser decididas. Si vivimos o morimos, no es incumbencia nuestra; tan sólo nos lo hacen saber mediante atenciones que brillan por su ausencia, pues en este mundo podrido y jodido la vida y la muerte se planifican desde un despacho burocrático.
Las nuevas normas de comportamiento y salud pública no se entienden solamente con vocabulario médico. Sin categorías políticas, la interpretación de la cuestión del coronavirus y del coronavirus como cuestión, se vuelve estéril. Habría que analizar cómo las relaciones sociales se vuelven medicalizables y cómo el pensamiento médico y la inquietud médica parasitan todas las relaciones. Habría que plantear no sólo el coronavirus como riesgo biológico, sino también como acontecimiento político. Habría, por tanto, que analizar los poderes que se ejercen como un campo de procedimientos médicos y pasar del análisis de la salud a los ejercicios del poder, y del análisis del ejercicio del poder a sus procedimientos, para así trazar croquis topográficos y geológicos que hagan visibles las relaciones de poder que se ocultan detrás de la medicina en tanto dispositivo de seguridad y como técnica de distribución, disposición e intervención de las cosas, los cuerpos y los mecanismos que van de la mano con el discurso de la peligrosidad, y que responden a su vez a ciertos mecanismos que fabrican, acondicionan, organizan y ordenan las territorialidades en las cuales se da la circulación de efectos masivos que afectan a quienes residen en ellas: no los individuos, sino las poblaciones.
Notas a pie:
1 https://www.infobae.com/america/mexico/2020/02/23/feminicidios-en-mexico-los-cinco-estados-conmas-ataques-contra-mujeres-en-enero-de-2020/, consultado el 17/03/20 a las 10:44 a.m.
2 http://www.laizquierdadiario.com/Coronavirus-y-barbarie-capitalista-cuando-los-adultos-mayores-sondescartables, consultado el 17/03/20 a las 10:30 a.m.
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