Los 43 jóvenes de Ayotzinapa y la reconfiguración del imaginario simbólico en los estudiantes univer
- José Pablo Segura Román
- 23 nov 2018
- 19 Min. de lectura

Introducción
¿Qué fue Ayotzinapa si no un momento de ruptura simbólica sobre y para los jóvenes? ¿Qué fue lo que ocurrió como para que un incidente entre camiones, narcos, ejército y estudiantes en un pequeño municipio del estado de Guerrero se convirtiera en algo de carácter nacional e, inclusive, de nivel internacional? ¿Hasta dónde llegaron las consecuencias de semejantes actos?
Quizás todas las preguntas con respecto al hecho ocurrido hace cuatro años no puedan responderse de manera completa, pues, tanto los hechos, como las declaraciones de estos, se encuentran hasta hoy en día en circunstancias misteriosas. Sin embargo, lo que es posible estudiar, comprender y responder, es con respecto al proceso de cómo un acontecimiento se convirtió en símbolo y en cómo este símbolo se convirtió en un potente movilizador en los grupos de jóvenes y, particularmente universitarios.
En este ensayo, se tratará de tomar dos hechos particulares, y se buscará crear una conexión entre dos geografías y contextos sociopolíticos a partir de la reconfiguración del escenario simbólico en los estudiantes. El primer espacio, nuestro telón de fondo, será lo ocurrido con la desaparición de los 43 estudiantes de la normal de Ayotzinapa Raúl Isidro Burgos. El segundo, será lo ocurrido en las movilizaciones estudiantiles realizadas por los jóvenes en las grandes ciudades de México.
Por último, en esta breve introducción, recordamos la estructura del texto. Primero se tratará lo ocurrido en Ayotzinapa. En un segundo momento, se indicará cómo es que, a partir del acontecimiento, se comenzó a organizar la movilización estudiantil. Luego, se expondrán los posibles nuevos imaginarios simbólico-políticos dentro de los jóvenes que fueron consecuentes de los hechos ocurridos en Ayotzinapa. Por último, se señalarán si se puede ver en los jóvenes de hoy en día alguna de las huellas simbólicas que dejó la desaparición de los 43 normalistas en 2014.
¿Qué pasó en Ayotzinapa?
El antecedente de la versión oficial decía que un grupo de estudiantes de Ayotzinapa, la noche del 26 de septiembre de 2014, se iba a organizar para tomar unos autobuses para boicotear un informe de labores de la presidente del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) municipal. Sin embargo, de acuerdo con algunos de los sobrevivientes, la versión oficial carecía de veracidad. En realidad, de acuerdo con los testigos, los estudiantes se estaban organizando para capturar tres autobuses para ir a unos poblados a hacer unas prácticas de observación y para ir a la Ciudad de México a protestar por el 2 de octubre y en el camino a su destino, los policías municipales comenzaron a disparar contra ellos (Martínez, 2014).
Entre la noche del 26 y la madrugada del 27 de septiembre del año 2014 desaparecieron 43 estudiantes en circunstancias que hasta hoy en día se encuentran turbias. Las declaraciones oficiales, emitidas por voz de Jesús Murillo Karam, procurador general de la república y miembro del Partido Revolucionario Institucional (PRI), decían que 43 normalistas en Ayotzinapa, pertenecientes a la normal Raúl Isidro Burgos habían sido asesinados en el basurero “El Papayo” por manos de un grupo de sicarios y que, posteriormente, fueron quemados con Diesel, llantas y leña. De acuerdo con la revista Proceso:
El procurador señaló que los asesinos usaron este hoyo para ejecutarlos –unas 14 personas: tres capturadas y confesas–, habrían quemado y requemado los cuerpos hasta dejarlos convertidos en carbón. Dos horas después de esperar a que se enfriaran los habrían fracturado en pequeñas piezas, depositado en bolsas negras de basura y esparcido en el río San Juan, a más de 10 kilómetros de ahí. (Turati, 2014).
En otras palabras, se dijo que los cuerpos de 43 estudiantes fueron pulverizados y reducidos a cenizas dispersas por los aires en una madrugada tras un conflicto con fuerzas del narcotráfico. Sin embargo, más allá de las declaraciones y del cinismo de enunciar algo así como si se tratase de cualquier cosa, las declaraciones oficiales mostraron inconsistencias: en primer lugar, algunos pepenadores que recolectaban basura por la zona dijeron que no habían oído absolutamente nada de eso. En segundo lugar, el procurador insistió durante las declaraciones oficiales que no había forma de que alguien viera lo ocurrido, pero, en la zona, había mucho ganado, así como los mismos pepenadores que quemaban basura, de acuerdo con el señor Rosí Millán, poblador de la zona (Turati, 2014). En tercer lugar, la versión oficial dictaba que 43 normalistas, habían sido detenidos por la policía de Iguala, que la policía de este municipio los había entregado a los del municipio de Cocula, que los del municipio de Cocula, a su vez, los entregaron al cártel llamado Guerreros Unidos y que éstos, finalmente, quemaron a los estudiantes; pero lo raro es que la noche donde supuestamente fueron quemados al aire libre, fue una noche de mucha lluvia (ibid.). Las cosas simplemente no coincidían con la versión oficial, pero la pregunta es ¿por qué mentía la Procuraduría General de la República (PGR) frente a semejante hecho? ¿Será que tuvo algo que ver el gobierno encabezado por Enrique Peña Nieto y que por eso la PGR actuaba como si cubriera algún trapo sucio?
Las nuevas investigaciones tampoco pudieron dar nuevas respuestas, pero ya en marzo de 2015, a medio año de lo ocurrido, se pudo obtener nueva información gracias a algunos sobrevivientes y la reconstrucción que hicieron de los hechos. De acuerdo con ellos, los policías federales estuvieron presentes en las agresiones contra los estudiantes de la normal de Ayotzinapa y el Ejército, de la misma manera, estuvo en los hechos sin hacer nada (Hernández, 2015). En esta misma escena y según los sobrevivientes, ellos estaban huyendo de la policía municipal que les estaba disparando y mientras huían, había policías federales y miembros del ejército que no hicieron nada, por lo que estos, de alguna forma, estaban involucrados. Pese a estas declaraciones, y pese a las nuevas investigaciones, los hechos siguen en las sombras, como si se tratase de un hecho destinado a permanecer en el misterio.
En resumen, los elementos que encontramos tras las declaraciones y las sombras de lo ocurrido en Iguala, Guerrero y que, convirtieron a semejante acontecimiento en algo de carácter nacional y hasta internacional, podrían enunciarse como los siguientes: el gobierno oficial mintió en relación con los hechos. Estuvo implicado el Ejército Nacional, así como la Policía federal y fuerzas del narcotráfico. La desaparición de los 43 estudiantes no se quedó como un atentado contra determinados estudiantes, sino que, debido a la fuerza y a la violencia con lo que todo ocurrió, el hecho trascendió como un mensaje contra todos los estudiantes del país.
La consecuencia de todo ello era, lógicamente, la movilización de distintos grupos de la población mexicana que exigían justicia, especialmente por parte de los padres de los normalistas y por parte de los estudiantes mexicanos que se sintieron identificados como estudiantes y que se sintieron vulnerables ante semejantes hechos atroces en donde el Estado mexicano no tuvo reacción ni dio garantías de cuidar la vida de los jóvenes.
Movilización estudiantil
El conflicto causado por los hechos ocurridos en Ayotzinapa, así como por las inconsistencias de la PGR devinieron en masivas movilizaciones estudiantiles a lo largo de la república mexicana. De acuerdo con el periódico de La Jornada, en 25 estados hubo manifestaciones en solidaridad con los normalistas (La Jornada, 2014). Sin embargo, es de recalcar que la movilización no fue exclusivamente organizada por los estudiantes, por ejemplo, en la ciudad de San Cristóbal de las Casas en Chiapas, la movilización fue organizada por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), y en la marcha organizada en Guerrero (lugar donde se encuentra Ayotzinapa), la organización fue dada por los padres de los estudiantes, por lo que los primeros impulsos fueron capturados por distintos agentes políticos y sociales del país y no solo por el sector estudiantil y universitario.
Sin embargo, en el caso de los estudiantes, se articularon tanto los de escuelas normales, así como de las universidades más importantes del país, la gran mayoría concentradas en el centro de la república. Los gritos de las calles sonaban al unísono por todos los jóvenes sin importar su lugar de procedencia y se hacía un juego de equivalencias simbólicas donde todos eran el mismo sujeto reprimido y el enemigo de todos era el gobierno federal[1]… Matar a los estudiantes de Ayotzinapa ya no era el asesinato de 43 jóvenes, era el intento de homicidio de toda la juventud mexicana.
Además, el movimiento tuvo muchísima potencia simbólica, al grado de que Elena Poniatowska nos recordaba que lo ocurrido en Ayotzinapa era peor que lo que había ocurrido el 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco. En palabras textuales de la escritora se nos decía: “Es muchísimo peor que el 68 porque fueron 43 jóvenes normalistas que desaparecieron en una noche y no hubo después ninguna respuesta del Gobierno; en 1968, aunque vinieron después los Juegos Olímpicos y se trató de acallar, ha sido un grito de los jóvenes que ha seguido” (Poniatowska citada por González, 2014)
Finalmente, cabe decir que la marcha aglutinó a más de 7 mil estudiantes universitarios en algunas ciudades como Guadalajara y entre ellos se gritaban frases como:
‘‘Justicia’’, ‘‘¡Dónde están, dónde están nuestros hijos!’’, ‘‘Mientras la pobreza exista las normales rurales tendrán razón de existir’’, ‘‘No represión a estudiantes normalistas’’, ‘‘Yo lucho, protesto y no me callo’’ y ‘‘No más masacres” ‘‘Gobierno fascista, mata normalistas’’, ‘‘Ayotzi somos todos, no están solos, su dolor es nuestro’’, ‘‘Normalistas, víctimas del narcoestado’’, y ‘‘¡Maestro (Lucio) Cabañas, el pueblo ya te extraña!’’ (La Jornada, 2014).
El juego de equivalencias, de simbolismos, la posibilidad de repensar la política, de trazar huellas en la política mexicana, el grito de unión en el campo de lo político, la condición de posibilidad de reconfigurar el escenario de la política mexicana y la posibilidad de abrir nuevas temporalidades, estaban a la vuelta de la esquina.
Imaginarios simbólico-políticos en los jóvenes
Con el paso del tiempo y hoy, a cuatro años ya de los hechos, hemos podido ver que las consecuencias no se desplegaron en la forma de una revolución, en la forma de un partido político o en la forma de reformas de Estado. Sin embargo, sí pudimos ver que se dio un nuevo impulso dentro de los imaginarios simbólicos de lo político. No se trató de que, de pronto, se hiciera una conciencia anticapitalista o completamente radical de la noche a la mañana. Tampoco se trató de que se hiciera “La Gran” movilización social que diera paso a una nueva declaración universal de los derechos del hombre y del ciudadano. De lo que sí se trató, fue de que los jóvenes, así como algunos otros sujetos políticos (particularmente los de la autodenominada “izquierda”) tomaran un nuevo aire y volvieran a movilizarse, organizarse y a pensarse como sujetos políticos más allá de los escenarios electorales o de aquellos designados por la política mexicana.
Para abordar esta cuestión de la reconfiguración del imaginario simbólico de lo político, quizás pueda sernos de gran ayuda la teoría de Cornelius Castoriadis, quien habla del momento de la producción de instituciones provenientes del imaginario. Para ello, es necesario entender a las instituciones no como simples concreciones materiales de aquello ideado por la cabeza, pues no se trata de que lo racional se materialice en algo real por medio de la construcción de máquinas o de monumentos, sino que se trata de la institución en un sentido radical, referente al lenguaje, a los valores, a las costumbres, a los mitos, etc. en otras palaras, se trata de la creación o producción de mundo (Castoriadis, 1981).
Asimismo, es importante considerar que la creación de mundo también es la creación del ser-en-el-mundo, es decir, la autoproducción de las subjetividades, o bien, de la referencia del sujeto para sí mismo, pues si uno se crea para sí el mundo y el mundo es el que nos coproduce, producir el mundo es producirnos a nosotros mismos. En este sentido, la forma de interpretación del mundo es una forma de interpretar quiénes somos. Por ello, la reconfiguración del imaginario o de cómo pensamos el mundo que nos rodea no es poca cosa, por el contrario, es el juego de la vitalidad de los sujetos.
Sin embargo, la producción de mundo en términos sociopolíticos tiene características distintas a la producción de una identidad meramente individual pues, de acuerdo con el propio Castoriadis, no hay una fase física como si hubiese un “genotipo social”, es decir, no hay una base física que determine la naturaleza de una sociedad, sino que esta se crea para sí misma (Castoriadis, 1981). Por otra parte, lo que se conserva del ser social no va directamente vinculado al fin de la conservación de la especie, sino que hay mucha más arbitrariedad en lo que se conserva (ibid.). Finalmente, señalaríamos la característica de que la sociedad crea un nuevo tipo de autorreferencia (ibid.), es decir que se reorganiza el mundo para comprenderlo.
Por último, para poder plantear la cuestión concreta en el caso Ayotzinapa y, específicamente, en la reconfiguración del imaginario de los jóvenes, es importante retomar el concepto de “magma” utilizado por nuestro autor ya mencionado. El “magma” es el orden de significaciones imaginarias propias de una sociedad que, en una instancia superior, “crean un tipo ontológico nuevo de orden” (Castoriadis, 1981) el magma es, en tanto momento instituyente de las instituciones radicales, la producción poiética de nuevas formas de ser.
Ahora ¿cómo es que en Ayotzinapa se produjeron nuevas instituciones? ¿en qué sentido podemos hablar de la producción de nuevas subjetividades? ¿en qué momento se nos presentó este “magma” creador de un nuevo orden de instituciones? ¿cómo es que los jóvenes repensaron los términos en que se tenía que disputar la política? Si bien, no hay respuestas inmediatas y no es posible responder a todo en este ensayo, sí podemos dar una orientación a las respuestas por tres caminos: Por entender la reconfiguración del imaginario en torno a la violencia, por entender la reconfiguración del imaginario en torno a la política y por la reconfiguración del imaginario en torno a los jóvenes.
Sin olvidar que el imaginario en este trabajo se refiere siempre al imaginario de los jóvenes universitarios y al imaginario se le concibe como aquel magma donde se producen las nuevas significaciones de las instituciones, pasemos a continuación a describir brevemente cómo es que se reconfiguró cada escenario ya mencionado.
En el caso de la violencia, las cosas giraron a un lado distinto de al cual nos llevaba la inercia de la violencia de años anteriores. Ya era bien sabido de las fuerzas del narcotráfico, del sadismo con el cual se estaba generando la guerra entre diferentes bandos de narcos y sabíamos que el Estado también era sumamente cruel en su modo de proceder. Sin embargo, Ayotzinapa rompió con la respuesta frente a estas dinámicas. Ya no se veía la violencia como algo a lo cual uno tenía que adaptarse o frente a lo cual uno tenía que ser sumiso, sino que ahora la confrontación a la violencia se había convertido en una necesidad. Ya no bastaba con saberse en un escenario violento, sino que ahora había que transformarlo porque desaparecer a los estudiantes de la forma en que se hizo, produjo en este “magma” del imaginario, la idea de que el joven era visto por el gobierno como una amenaza que tenía que ser exterminada.
Las calles se comenzaron a llenar de grafitis que decían “Ayotzi somos todos”, se gritaba en cada protesta y en miles de muros en redes sociales la palabra “justicia”, emergieron muchos grupos de apoyo a los padres de los normalistas y se comenzó a gestar un movimiento de solidaridad común entre los jóvenes. Si antes se exigía que disminuyera la violencia, ahora también se exigía una disminución de la desigualdad y la pobreza, pues, en otra parte de este imaginario, se comenzó a entender que la violencia no venía de una naturaleza humana o de una potencia a la cual se tendía con mayor fuerza, sino que habían intereses de clases que chocaban y que en esos choques, la consecuencia siempre iba a ser la muerte y la desaparición de los cuerpos de los más vulnerables, especialmente pobres, pues ¿cómo era posible que desaparecieran 43 cuerpos de la noche a la mañana y que el Estado mexicano los haya dejado desamparados? Y peor aún ¿cómo era posible que frente a nuestra cara la policía federal y el Ejército mexicano pecaran de semejante cinismo como para no haber metido mano en los hechos y cómo era posible que la policía municipal nos entregara a nosotros los jóvenes a las fuerzas del narcotráfico como si fuésemos cerdos llevados al matadero? Ya no era una violencia que provenía de la nada, sino que ahora el rostro de los cuerpos de la violencia eran claramente el narcotráfico, el gobierno federal, estatal y municipal, así como los cuerpos policiales y del ejército. Estos ya no eran la vieja figura que alguna vez algunos pensaron como las encargadas de nuestra seguridad, sino que se habían convertido en los criminales más feroces y despiadados de todos.
En cuanto al imaginario en torno a la política, las cosas también cambiaron. Ya estaba contenida la potencia de movilizarse tras las huellas del 2012 con el movimiento #YoSoy132 y tras la desaparición no sólo de los jóvenes de Ayotzinapa, sino tras la desaparición simbólica de todos los jóvenes encarnados en esos 43 estudiantes. El primer despliegue de esta reconfiguración se dio en las calles, cuando estas dejaron de devenir espacio de circulación de mercancías para devenir espacio de protesta política. Recordemos los números, en algunas ciudades marchaban más de 7 mil estudiantes y en las normales del país la movilización se hacía inevitable. Suponiendo que en cada estado salían a marchar estos 7 mil estudiantes, podríamos suponer que más de 200 mil jóvenes salieron a marchar en todo el país. Y no solo habría que sorprendiese por la cantidad de gete protestado, sino por la forma en que se protestaba. No era poca cosa que, frente al Palacio Nacional, lugar donde trabajan los máximos dirigentes del Poder Ejecutivo, se quemara una piñata con la figura de Enrique Peña Nieto, el presidente en turno. Había una clara señal de amenaza hacia el presidente de una forma que se nunca se había visto en los años recientes (ver anexo 1).
Además, la política ya no se reducía a los espacios designados por el gobierno (ya no se reducía a ser policía), sino que cualquier espacio podía convertirse en escenario político. Las universidades se llenaban de congresos, se invitaba a gente de todos los campos a reflexionar sobre qué había pasado, todos nos preguntábamos ¿por qué se le puede dar muerte como si nada a nuestros cuerpos? Rápidamente algunos recordábamos la figura del homo sacer de Agamben ¡se nos podía dar muerte y ser sacrificados como si nada! ¡nuestras vidas no tenían ningún valor como estudiantes, solo si éramos sirvientes del sistema! La política de gobierno ya no era para el común de nosotros los jóvenes, era el espacio por el cual los gobernantes se encargaban de robarnos y de darnos muerte.
Ahora, por el otro lado, la otra política, la política como la toma de acuerdos y como le momento de conflicto y tensión amigo-enemigo se producía en nuevos espacios de reflexión, de debate, de lucha, de exigencias frente a las injusticias, de espacios solidarios entre distintas fuerzas golpeadas por el mismo martillo. Se volvió a escuchar la voz del EZLN y junto a ella, se unían otros intelectuales, así como jóvenes con ideas novedosas que refrescaban las ideas de las posibilidades de proceder. Los propios padres de los jóvenes desaparecidos convocaban a juntas con el gobierno para exigir que se siguiera con la investigación de los cuerpos y con esto, el mensaje que se daba en un nivel simbólico es que el gobierno debía de obedecer al pueblo y que, en la realidad, las cosas no eran así. Los propios jóvenes comenzaron a estar atentos a los periódicos y a las nuevas investigaciones sobre lo que ocurría sobre el caso Ayotzinapa y sobre lo que se iba descubriendo a su paso, se hacía valer la frase de ¡Ayotzi somos todos! En todos los rincones de las calles.
Finalmente, en el caso de los jóvenes, se desbordaba este magma creador de nuevos imaginarios con nuevos símbolos, especialmente en la forma de concebirnos a nosotros mismos. La clara sentencia de muerte que el Estado mexicano le había declarado a la juventud estaba todavía más clara que en el año 1968 y nosotros, no íbamos a dejarnos morir por esas manos. La juventud comenzó a tejer redes de comunicación con apoyo de las redes sociales y comenzábamos a buscar espacios de diálogo, así como nuevos medios de información por medio de los cuales se pudiera acceder a información confiable sobre el tema. La juventud por un momento parecía estar interesada de nuevo en la política y parecía comprender que lo que se jugaba ahí no era simplemente las elecciones de quién estaría en los cargos de gobierno, sino que se comenzó a comprender que lo que se jugaba en la política era la vida y, con ello, entendimos que la vida estaba asociada con la justicia.
Por ejemplo, en una investigación realizada por una profesora de la UNAM, con respecto al caso Ayotzinapa, las palabras que más se asociaban con el caso eran “injusticia” y “muerte” (Silva Arciniega, 2015), por lo que podríamos suponer que esos temas eran los que estaban presentes en las ideas de los jóvenes, por lo menos en la UNAM. Con ello, estaba claro que los jóvenes nos veríamos orillados a salir a la calle y a tomar la suficiente fuerza como para protestar en nombre de toda la juventud, pues se estaba jugando, desde nuestro punto de vista, nada más y nada menos que la vida y la justicia.
Los jóvenes ya no se sentían seguros, en cualquier momento podíamos desaparecer y podíamos perder la vida, nadie garantizaba que nuestra realidad fuese diferente a la de los 43 normalistas, sobre todo si no pertenecíamos a las élites económico-políticas del país. El futuro daba miedo y no era algo que dábamos por sentado, la posibilidad de morir estaba a la vuelta de la esquina y debíamos de hacer algo por nuestra supervivencia, sin embargo, nos preguntábamos ¿qué quiere un pueblo que no desea a sus jóvenes? ¿Si para el gobierno y para el Estado no somos una fuerza de apoyo, sino una amenaza, qué significaría para nosotros el Estado y el gobierno? ¿Si ya habíamos descubierto que el narco y el Estado estaban íntimamente relacionados, qué debíamos hacer frente a un narcoestado? ¿debíamos destruirlo, tomarlo por nosotros mismos y crear una cosa nueva, debíamos de quemar una figura de nuestro presidente frente a Palacio Nacional o, por lo menos, debíamos de exigir un Estado de justicia?
Las huellas de Ayotzinapa: un fantasma entre los jóvenes
Si bien, la reconfiguración del imaginario de los jóvenes frente a la violencia, frente a la política y frente a ellos mismos en tanto jóvenes, no provocó una revolución, sino una nueva forma de vivir como ser político y nuevas potencias que en algún futuro quizás puedan servir como detonantes de nuevos mundos y nuevas instituciones, todavía falta por responder a la interrogante de cuáles fueron las huellas que hoy en día podemos ver tras este movimiento y reconfiguración del imaginario simbólico.
En primer lugar, podemos detectar que se transformó las dinámicas de los instantes y del presente esperado durante el año 2014. El tiempo del gobierno en ese entonces, era el tiempo de las reformas estructurales, sobre todo de la criticada reforma energética y de la reforma educativa que venían en el paquete del “Pacto por mexicano” organizado por Enrique Peña Nieto. Sin embargo, el tiempo de los estudiantes era otro, era el tiempo del levantamiento frente a su amenaza de muerte. Se pudo ver la indeterminación del tiempo pensado como contínuum del desarrollo progresivo de los grandes proyectos del gobierno mexicano y se pudo ver, desde un punto de vista más cercano al de la filosofía de Marx, que el tiempo es histórico y no está determinado por nada más que por la propia praxis (Agamben, 2015).
Por otro lado, la desaparición de los estudiantes se convirtió en un acontecimiento que tomó carácter histórico, pero no se volvió “acontecimiento” entendido como “determinación espaciotemporal”, sino como apertura de una dimensión originaria en la que se funda una nueva dimensión espaciotemporal (ibid.).
Hoy en día es imposible pensar la historia de México sin Ayotzinapa y es imposible suponer que nosotros los jóvenes de México caminamos por los mismos pasos espaciotemporales por los que caminaríamos si esto no hubiera ocurrido. Los jóvenes ya nos sabemos como sujetos amenazados por el Estado, pero también nos sabemos como sujetos con posibilidades de transformar esas circunstancias, pues después de ver expuestas nuestras vidas de esa forma, ya no podemos esperar a que alguien nos salve, sino que nosotros mismos tendremos que redimir los sucesos históricos.
Ni a Peña Nieto, ni a los gobiernos de Guerrero ni a nade más que a nosotros mismos nos interesa que se nos haga justicia y que no tengamos que preocuparnos por nuestra posible desaparición y sacrificio para el progreso del Estado. El cambio que se produjo en nuestra dimensión temporal se dio de carácter cualitativo, el tiempo que para nosotros fue alguna vez “tiempo de estudio” o “tiempo de trabajo” se nos convirtió en “tiempo de alerta”, en “tiempo de tener protestar” y, con este salto cualitativo, también se nos abrió la necesidad de redimir este tiempo para transformarlo en un “tiempo para nosotros” en un “tiempo solidario” en un “tiempo fuera de la muerte”. La necesidad de redención de Ayotzinapa también se nos transformó en un tiempo de redención del tiempo de los jóvenes.
En segundo lugar, se pudo ver un replanteamiento de lo que significa la comunidad para los jóvenes. Como ya se ha mencionado a lo largo del texto, Ayotzinapa se convirtió en símbolo no sólo del asesinato de los jóvenes normalistas, sino en símbolo del asesinato de todos los jóvenes, por lo que se comenzó a producir una especie de juego en donde se renunciaba al “yo” individual para devenir un “nosotros” comunidad estudiantil, pero ¿qué quiso decir esto? ¿Qué es ser “comunidad estudiantil”?
No se trataba, como en 2012 con el movimiento #YoSoy132 de crear una especie de organización, sino que la comunidad era la posibilidad de contagiarse de la realidad de los otros, era asociar nuestra vida como jóvenes con la vida de los que habían sido desaparecidos. Por ejemplo, en la Universidad Iberoamericana Puebla, podía verse cómo se asociaban distintos estudiantes de diferentes sectores sociales para exigir justicia para todos y se podía ver cómo, entre algunos estudiantes lúcidos, el tema interpelaba con gran potencia, a tal grado, que los árboles de la universidad quedaron pintados y retratados con los nombres de los 43 normalistas. Uno no podía caminar por la universidad sin ver los rostros de nuestros hermanos desaparecidos y se veía obligado a hacer memoria de lo que nos puede deparar mientras el narcotráfico y el Estado mexicano estuviesen coludidos. La comunidad comenzó a expresarse en el arte, en los grafitis, en las conferencias académicas y cada año en las calles saliendo a protestar exigiendo que aparezcan los jóvenes desaparecidos.
El orden policial que dicta y encasilla diciendo “el estudiante estudia” se rompió por medio de los símbolos de solidaridad. Los jóvenes universitarios descubrían que su ser era ser-en-el-mundo-con-otros y que, por tanto, estar en el mundo era co-estar con otros (Espósito, 2015). La comunidad en tanto lo impropio, en tanto vacío del yo contagiado por otros y en tanto límite de los sujetos consigo mismos (ibid.), apareció como horizonte dentro de los estudiantes de las universidades y, por momentos, se dejaba de seguir el disciplinamiento que nos adoctrinaba a solo ir a clases y cumplir con nuestras respectivas tareas, para comenzar a aproximarnos a un afuera donde la muerte ya estaba presente.
Ayotzinapa no fue un salto hacia la toma del poder político, no fue crear un Estado de los jóvenes para los jóvenes, fue, en un nivel simbólico, poner la piel al desnudo a sabiendas de que podíamos ser asesinados, fue devenir ser-para-la-muerte. Los símbolos se dieron en un quiebre de tiempo, en una ruptura con las dinámicas que nos dominaban y, por ello, nos acomodaban a vivir el tiempo del Estado.
Se devino en un tiempo-otro proveniente de un acontecimiento catastrófico, que nos invitó a salir a las calles, a identificarnos como jóvenes, a investigar por cuenta propia qué estaba pasando en el país, a desconfiar de las fuerzas de seguridad, a solidarizarnos con los jóvenes normalistas y, en general, con otros jóvenes universitarios, particularmente con aquellos en desventaja.
Se crearon nuevas significaciones: “justicia” se había convertido en sinónimo de “verdad”, “joven” se había hecho sinónimo de “disidente” y “política” se había convertido en antónimo de “política de gobierno”. o bien, de “policía”, Ayotzinapa se hizo en el símbolo por excelencia que unía y une a los jóvenes frente a las políticas de muerte del gobierno, se hizo el símbolo de los jóvenes como sujetos políticos y símbolo de los políticos como verdugos de los jóvenes.
Referencias
Agamben, G. (2013). Tiempo e historia: crítica del instante y del continuo. Recuperado de: https://filosinsentido.files.wordpress.com/2013/07/de-giorgio-agamben-infancia-e-historia-destruccion-de-la-experiencia-y-origen-de-la-historia.pdf
Castoriadis, C. (1981). Lo imaginario: la creación en el dominio sociohistórico. Recuperado de: http://www.bibliopsi.org/docs/carreras/obligatorias/CFP/institucional/ex%20schejter/Practicos%20Institucional%20Schetjer%20Parte%201/castoriadis%20 %20lo%20imaginario%20la%20creacion%20en%20el%20dominio%20historico%20social%20pp%2064-75.pdf
Espósito, R. (2015). Comunidad, inmunidad y biopolítica. Recuperado de: https://leccufrj.files.wordpress.com/2015/04/esposito-r-comunidad-inmunidad-y-biopolc3adtica_caps_123.pdf
González, M. (2014). La desaparición de los 43 jóvenes de Ayotzinapa es “muchísimo peor que el 68”: Elena Poniatowska. Sin Embargo. Recuperado de: https://www.sinembargo.mx/06-09-2018/3467609
La Jornada. (2014). Marchas en 25 estados para pedir justicia por Ayotzinapa. La Jornada. Recuperado de: https://media.jornada.com.mx/2014/10/09/politica/005n1pol
Martínez, P. (2014). ¿Por qué fueron los normalistas a Iguala, a dos horas de su plantel? Animal Político. Recuperado de: https://www.animalpolitico.com/2014/10/entramos-iguala-para-llevarnos-dos-autobuses-normalista-sobreviviente/
Turati, M. (2014). Los hechos vuelven ceniza la versión de la PGR. Proceso. Recuperado de: https://www.proceso.com.mx/387739/los-hechos-vuelven-ceniza-la-version-de-la-pgr-2
Notas
[1] Como clara nota de esto, véase la fotografía tomada en el Zócalo, frente al Palacio Nacional. La foto es la del inicio de este trabajo
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