Comentario de un Salvadoreño al grosero ex-abrupto de míster Trump sobre El Salvador
- Luis Ernesto Arévalo Álvarez
- 22 feb 2018
- 3 Min. de lectura

El presidente de la nación más poderosa del mundo, el caballero estadounidense Donaldo Trump ha llamado a El Salvador y a Haití, países de la América de Bolivar, de Hidalgo, de Juárez, de Toussaint L'Overture, de Morazán, de Martí y de tantos otros libertadores que sería muy largo mencionar, "países de mierda", expresión que, por su forma chocante ha causado un gran revuelo. En verdad a nadie debería sorprender la exquisitez del lenguaje del señor Trump si se tiene en Cuenta que, ya desde los años 60 del siglo pasado, el teólogo protestante estadounidense Tomás J.J Althizer, en su obra que "es cierto que una cultura de masas jamás habría alcanzado un nivel tan bajo como en los Estados Unidos" añadiendo que "Estados Unidos no tiene ninguna tradición académica fecunda en cuanto a humanidades, no ha dado lugar, en ningún terreno a un pensamiento puramente teorético. Lo peor es que Estados Unidos se ha convertido en la quinta esencia de la alienación (anomía) y la deshumanización que constituye la maldición de la vida en una sociedad urbana y altamente tecnológica". ¿De dónde, pues, esperar finuras de un caballero estadounidense y político, además? Con los deslices de los políticos estadounidenses a lo largo de la historia de ese país, se podría formar un grueso volumen, siendo, algunos de ellos, bastante sorprendentes, como lo fue, por ejemplo, el de aquel senador y candidato a la presidencia quien, al escuchar por la radio la recreación que un famoso publicista hacía en la destrucción de Herculano y de Pompeya por la terrible erupción del Vesubio en tiempos del emperador Tito, llamó inmediatamente a la radiodifusora para asegurar que pediría al Congreso una partida presupuestaria para la reconstrucción de las ciudades destruidas y ayudar a los damnificados.
No merece, pues, más que un encogimiento de hombros la retórica del señor Trump. Lo grave, lo ominoso está en que, en su contenido, el ex-abrupto de ese post-moderno jefe bárbaro equivale al "Vae Victis!" (¡Ay de los vencidos!) que pronuncian veinticinco siglos atrás otro jefe bárbaro ante las protestas de los romanos por la manera tramposa en que los galos pesaban el oro que habían exigido por la desocupación de la ciudad de Roma, de la cual se habían apoderado.
Y es que la emigración salvadoreña y haitiana (al igual que la de otros varios países de la América nuestra) es, en realidad, eso: una protesta. Una protesta espontánea, dolorosa y callada contra la bárbara imposición del fatal liberalismo mal llamado nuevo, que, al imposibilitar todo desarrollo económico autónomo e imponer la economía de mercado, destruye las fuentes de trabajo y obliga a los pueblos a migrar para no morir de hambre. Esos emigrantes no son "dreamers" atraídos por Estados Unidos por el deseo envidioso de gozar de una prosperidad que otros han construido. ¡NO!: Son desplazados de guerra, desplazados por esa guerra "no convencional" con la que los Estados Unidos sustituyeron a su política del "gran garrote" y a sus mentirosas promesas de la "Alianza para el Progreso". Están en los Estados Unidos no por gusto sino por necesidad, una necesidad impuesta por la voraz pasión del capital financiero de apoderarse de todos los mercados y de todos los recursos naturales del planeta. Sobre esto no hay necesidad de aportar prueba alguna, de argumentar nada más, pues suficiente han dicho ya Noam Chomsky, Naomi Klein, Susan Jonas Boderheimer, Michael McClintock, Phillip Agge y muchos otros investigadores más en una serie de obras notables.
Pero lo que sí preciso hacer notar, lo que sí debe resaltarse insistentemente es el acento de desesperación que se esconde en el ex-abrupto del breno de la Casa Blanca, una desesperación que procede, no de que haya salvadoreños en los Estados Unidos (¿cuándo no ha habido inmigrantes en ese país?) sino del hecho de estar tomando conciencia de que todo el esfuerzo conquistador desplegado por los Estados Unidos después de la segunda Guerra Munidal no ha podido evitar los efectos de la decadencia de un sistema social rebasado por la Historia, efectos que se dejan sentir ya, con fuerza aterradora, en la propia metrópoli de ese sistema, convirtiendo la riqueza que genera, en una riqueza que se desperdicia peligrosamente y al progreso que propicia en una patología de la prosperidad, como dijo hace medio siglo un visionario autor. ¡Ay de los vencedores!
Puebla, enero de 2018
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